jueves, 28 de abril de 2011

Catemaco

Es difícil contar cómo suceden ciertas cosas. Ni yo mismo recuerdo el episodio con claridad. Creo que fue a orillas de la laguna de Catemaco donde se me apareció. Era algo espantoso. Indefinible. Una especie de sombra corporizada. Un ser que causaba espanto.
 Alguien me recomendó que acudiera a un curandero local. Un conocido brujo, a quien consulté preocupado. Me hizo muchas preguntas sobre la inquietante figura.  Si era parecida a un hombre, a una mujer, a un niño, o quizá a un animal. Le expliqué que era una criatura pequeña, como una bestia. Pero estaba seguro que se trataba de otra cosa.
 El brujo, decidido a ayudarme, empezó la ceremonia. Primero, con varios objetos hizo gestos amenazantes. Luego, mientras giraba en círculos, repetía palabras extrañas con ritmo de tambor. Cortaba el aire con unas tijeras, como si matara serpientes. Echó ceniza, escribió en una pizarra y cantó. Con una afilada aguja atravesó repetidamente un oscuro muñeco de tela, gastado por el uso. Hizo una mueca repugnante y dio un chillido final. 
Asustado salí a respirar el aire de la noche. Él vino detrás. Le pregunté si ya estaba terminado el hechizo. Me pidió paciencia. De pronto, con los ojos desorbitados, me gritó: ¡Murió! 
 

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