martes, 26 de abril de 2011

A contraluz

A pesar de su aridez el paisaje es armonioso, de una belleza algo extraña. Sobre las elevadas y ocres montañas resplandece el cielo con un azul casi falso, como de escenografía. De frente un sol enceguecedor brilla como si fuera de acero fundido. Mientras que al fondo, entre unos peñascos sombríos, vagamente se percibe a una gran multitud encaminándose hacia un punto que no puedo identificar por estar a contraluz. Al acercarme descubro que, despacio, como si no hubiera nada más que hacer, casi despreocupadamente, la gente se demora para descender los toscos peldaños de una gran escalinata de piedra. Sediento y sin otro rumbo posible, me dirijo hacia el único camino practicable.

Impaciente por las involuntarias detenciones de la muchedumbre, con agilidad me voy abriendo paso hacia abajo. Al cabo de un tiempo me sorprende descubrir que los escalones parecen seguir la curva abrupta del abismo, volviéndose cada vez más altos y estrechos. Con gran dificultad continúo la marcha tratando de guardar el equilibrio. La brillante luz frontal no me permite distinguir ni el paisaje ni el fondo. Sólo puedo ver un corto tramo de escalera, donde permanecen algunas personas detenidas a los lados, como indefinidos bultos oscuros.

La pendiente aumenta cada vez más. Hasta ahora se parecía a las escabrosas escalinatas de algunas pirámides mayas, pero ésta es aún mucho peor. El aire seco aumenta mi sed y me cuesta respirar. Me pregunto cuánto más durará este descenso. A pesar de la angustia debo seguir bajando. Comprendo que ya no hay regreso posible.

Los escalones se han constreñido y alzado, pero también la escalera misma se ha vuelto angosta. Apenas queda el paso libre entre las pocas personas que reposan con el cuerpo prácticamente en posición vertical.

Tiempo después, entrecerrando con fuerza los ojos entiendo que los bultos son eso y nada más. Exhiben la piel descarapeladada moviéndose tristemente al viento.

No sé cuántos cuerpos habré dejado atrás. Ahora la pendiente es tan violenta que temo resbalar en cualquier momento y caer al vacío.

Agotado por este vértigo atroz, como los otros, me debo detener.


 

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