martes, 31 de mayo de 2011

(17) Doña Lucrecia

- No, Rubén. Ya te he dicho que no puedo atender a esa señora... ¡Que vaya con su confesor! Yo no estoy para esas cosas...
- Insiste, Monseñor. Y como es dirigente de la Sociedad para la Moralidad y las Buenas Costumbres A.C., de la cual la señorita Catalina, su hermana, formaba parte...
- ¡Sólo éso nos faltaba! Que presione al obispo para que la confiese...
- ¿Qué le digo, pues?
- Hazla pasar... Me veo obligado.

Entra la altiva Doña Lucrecia  Zaldívar Batlló y Miramón. Con paso firme, se dirige a un reclinatorio forrado en terciopelo y se hinca.

- Señora, permítame que me ponga la estola.
- Desde luego, todo debe hacerse del modo correcto ¿no?
- Ave María Purísima...
- Sin pecado concebida.
- ¿Cuánto hace que no te confiesas?
- Desde ayer, Monseñor.
- Siendo así, no tendrás demasiado que referir...
- No crea... A mi confesor sólo le digo naderías, para tenerlo contento. Pero a usted le voy a relatar unas cuantas cosas.
- ¿De qué te acusas, entonces?
- Yo le puse el pié a Catalina.
- ¡¿Cómo?!
- Lo que oye. Provoqué su caída a la salida de la iglesia, hecho que -finalmente- la llevó a la tumba, pobrecita...
- ¿Y lo dice así, tan tranquila? ¡Causó la muerte de mi santa hermana!
- No exagere, Monseñor... Bien sabe usted que no era ninguna perita en dulce.
- ¡Cómo se atreve!
- Me atrevo, porque estando en confesión, usted me tiene que oír ¿o me equivoco?
- Mhhhh... Así es...
- ¡Ahora, me oye y se calla!
- Pero...
- ¡Pero, nada! Su hermana era una mala persona, no nos hagamos. Hasta usted sintió alivio cuando se quedó solo. Finalmente podía hacer su vida sin "estorbos", digamos.
- No es así... Ella siempre fue un apoyo.
- ¡Qué va! Ni se imagina los horrores que me reveló de usted. Que los seminaristas... Que los retiros... Que los viajes al extranjero... Que las propiedades...
- ...
- Sí... Estoy al tanto de todo.
- ¿Qué quiere de mi?
- La editorial, el programa de televisión, y las accio...
- ¡Eso es imposible!
- ¿Ah, si? ¿Ya se olvidó usted a quién le debe la carrera eclesiástica? Mi padre, el Lic. Zaldívar, por si no lo recuerda, lo bajó del cerro y mantuvo sus estudios en el seminario. De no haber sido así, seguiría usted criando borregos en un rancho. ¿O qué?
- ¡Esto es intolerable! ¡No voy a soportar sus ofensas!
- ¿Ajá? ¿Y me va a negar el Sacramento de la Reconciliación? ¡Sólo eso bastaba! Su falta de clase y vulgaridad se aproximan a su poco profesionalismo.
- ¡Yo soy el obispo!
- Me importa poco... Usted, debería entender que nuestra familia, una de las fun-da-do-ras de la nación, está por encima -digamos- de las convenciones. Las creencias del pueblo y la sencillez de sus costumbres no nos tocan. Lo que es intolerable, es la falta de orden...
- A sus pecados debo agregar el cinismo...
- Como quiera. Me importa un comino su opinión. Lo que quiero, en realidad,  es la mitad de las acciones de la constructora. La editorial y el programa son seulement pour la galerie...
- Es que... Es que...
- Es que, nada. ¿Sí o no?
- Me tiene acorralado. Déjeme y veo cómo.
- Véalo rápido. Me voy a New York la semana entrante.
- Sí, señora.
- Ahora, la absolución ¿no?
- Ego te absolvo in nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti.
- Amen.
 
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario